High-yield: alto riesgo, baja rentabilidad
Al inicio de la pandemia de Covid-19, los temores sobre un fuerte impacto en los impagos de emisiones de bonos corporativos sacudieron fuertemente los precios y diferenciales de la renta fija. En especial, de las emisiones de grado especulativo (high-yield) de los tramos de menor calificación. La rentabilidad de los bonos subió repentinamente, compensando el riesgo de impago.
Sin embargo, la rápida respuesta de mecanismos de ayuda para la liquidez de las empresas, así como la ampliación del ámbito de compra de los programas de intervención no ortodoxa de los bancos centrales para incluir fondos de bonos high-yield, aliviaron la presión sobre los precios.
Las tasas esperadas de default se dispararon hasta niveles similares a los de la gran crisis financiera. Sin embargo, debido a la distinta naturaleza de este episodio, las consecuencias reales podrían ser mucho menos graves y alcanzar finalmente niveles cercanos al 3%.
La razón fundamental es que, en el caso de la pandemia, el origen es una falta de tesorería en aquellas empresas cuya actividad depende fuertemente de la presencia física y que, ante el cierre obligatorio de sus actividades por razones sanitarias, tienen que asumir costes fijos sin contar con ingresos recurrentes. En este caso, la longitud de los cierres está directamente relacionada con su capacidad de hacer frente al pago de intereses y principal de sus emisiones de deuda.
Por otra parte, el riesgo de refinanciación es mucho menor, puesto que los vencimientos en 2021 son apenas de 130.000 millones de USD sobre un mercado que emite unos 750.000 millones anuales. De los vencimientos, más de la mitad son emisores BB, que suelen poderse refinanciar sin demasiado problema.
Con todo, las rentabilidades actuales de los bonos high-yield resultan poco atractivas actualmente puesto que ya descuentan el mejor de los escenarios, con unos diferenciales ajustados a un nivel de default cercano a mínimos históricos. Mejor hacer caja.